Ya el título escogido centra la cuestión: el grueso de las reflexiones que encontramos en el último libro de la Colección Empero, promovida por el CERMI, es la homosexualidad como forma de vida, más allá de la apariencia y de lo frívolo. De cómo uno encaja una ética, y una estética de pensamiento y obra desde su condición de homosexual. 

 

Desbancando el hecho primero (“el problema no radica en descubrir en uno mismo la verdad de su sexo, sino, antes bien, en hacer uno uso de su sexualidad para conseguir en el futuro multiplicidad de relaciones”), Foucault va urdiendo una red con la que apresar diferentes enfoques que sustenten la homosexualidad como manera de estar en la vida, más allá de esa visión mutilada de “placer perentorio” porque “es vicaria de un ideal que debilita la belleza”. Lo de menos es el sexo que procede en lo homosexual; lo más, el modo de ser: “A mi juicio, ser gay consiste menos en reconocerse en las trazas psicológicas y en las señas de identidad del homosexual, que en tratar de delinear y desarrollar una forma de vida”.

 

A lo largo de estas páginas, el filósofo francés ahonda en el modo en que la homosexualidad no resultaba una ‘condición’ (llámese etiqueta, zarcillo o muesca). Los griegos no tenían conciencia de ser homosexuales. Eso es esencial para él. Después, sobre todo en la Edad Media, se va configurando la condena severa (acaso por la creciente obsesión de las imágenes concupiscentes, más prolijas en la mente de quienes no las practicaban que en la de quienes incurrían en ellas).

 

¿Tiene algo de característico ser homosexual? ¿Imprime carácter? ¿Implica una manera de ser? ¿Acaso es contradictorio defender la existencia de una cultura homoerótica –Foucault apenas hace referencia a la homosexualidad femenina, dicho sea de paso- con la tesis de que la homosexualidad no sea una constante antropológica condenada unas veces, admitida otras? ¿En qué momento y cómo ciertos comportamientos sexuales, el amor entre iguales, en el caso que nos ocupa, se convierten en problema? ¿Es posible hacer de la opción sexual el elemento operativo de un cambio existencial? Estas son algunos de los interrogantes por lo que transita en sus respuestas el filósofo galo, a veces, quizás, demasiado escueto, jugando en exceso con las elipsis que nos remiten a lo publicado.

 

Lo fascinante de algunas de las propuestas reflexivas del libro es que pueden aplicarse a otros contextos, a otras realidades: “debemos plantearnos la lucha en favor de los derechos de los homosexuales como un proceso cuya etapa final no podemos anticipar porque (...) cualquier derecho, desde el punto de vista de su eficacia, depende más de actitudes y pautas de comportamiento que de formulaciones legales”. Cámbiese el término ‘homosexuales’ por ‘personas con discapacidad’, incluso elimínese el sujeto y mantiene la vigencia en su propuesta intelectual, hoy en concreto, hoy que la mengua de derechos sociales es una contraindicación aceptada por políticos –que la aplican-, por ciudadanos –que la acatan-.

 

O bien: “una de las mayores enseñanzas desde la última guerra mundial ha sido el rotundo fracaso de todos los programas sociales y políticos. Hemos comprobado hasta el cansancio que nada sucede como predicen los programas políticos y que estos siempre o casi siempre han conducido a abusos o al dominio de un grupo”. 

 

De lo que hacen los hombres juntos (en una hacendosa y aguda traducción de Luis Cayo Pérez Bueno) uno sacará sus propias conclusiones, algunas veces más próximas al planteamiento de Foucault, otras, más distantes. En cualquier caso, una invectiva especulativa para analizar, desde otro ángulo, la homosexualidad.